CAPITAL HISTÓRICO CULTURAL

MONTALBÁN....CAPITAL HISTÓRICO-CULTURAL DE LA COMARCA "CUENCAS MINERAS"(Teruel).-
LEY 28/2002, de 17 de diciembre, de creación de la Comarca de Cuencas Mineras....
Art 2:" Capitalidad.1.La Comarca de Cuencas Mineras tiene su capitalidad en el municipio de Utrillas, donde tendrán su sede oficial los órganos de gobierno de la misma.
La capitalidad histórico-cultural tiene su sede en el municipio de Montalbán."

_____________________________________

Visitas al blog hasta el momento

lunes, 21 de agosto de 2017

EL ESCRITOR MONTALBINO ENRIQUE PELLEJER PUBLICA SU " RELATO DE VERANO: INSECTOS" CON ILUSTRACIÓN DE LA ARTISTA MONTALBINA CLARA PELLEJER

Fuente informativa: Diario de Teruel

*Enrique Pellejer ha publicado las novelas Las tres estaciones, (Teruel, Libros Oncil, 2014), El soldado Nicolás, (Teruel, Libros Oncil, 2015), el cuento El pastor de pájaros (Teruel, Libros Oncil, 2014) y los siguientes libros de poesía: Y la rosa se queda hasta la muerte, (Zaragoza, Libros Pórtico, 1982); Libro azul, (Zaragoza, Libros Pórtico, 1990); y Corazón de manzana, (Zaragoza, Mira Editores, 2012).



El relato de verano de Enrique Pellejer: ‘Insectos’Ilustración: Clara Pellejer (Zaragoza, 1992). Estudió Bellas Artes en Teruel. Actualmente cursa un Master de creación independiente de videojuegos en Florida Replay.

El relato de verano de Enrique Pellejer: ‘Insectos’

*Por Enrique Pellejer

Al salir de casa, una mosca chocó contra mi cuello. Instintivamente llevé mi mano al lugar del impacto. Nada especial. Como tantas otras veces. Sin embargo, la sensación fue diferente, como si la mosca tuviera un peso mayor del que sugería su tamaño. Seguí caminando hacia la parada del autobús. Me pareció ver moscas revoloteando por el suelo. Lo achaqué a la ola de calor. Si yo sentía el bochorno como una losa ardiente aplastando mi cuerpo, qué no sentirían unas moscas insignificantes. No obstante, me dio la impresión de que las moscas no se movían de una manera instintiva, sino que había un propósito en su vuelo que se me escapaba. Cuando al final de la calle doblé la esquina, un enjambre de moscas parecía aguardarme. Me detuve para observar aquellos insectos que, envalentonados por su elevado número, cobraban una vida nueva. Mezclados con las moscas había tábanos, moscardones, mosquitos, avispas, mariquitas, luciérnagas. Decidí continuar caminando sin hacerles excesivo caso para no llamar su atención. Pero un zumbido persistente me acompañaba. Me detuve y volví la cabeza. Allí estaban, detrás de mí, como un solo individuo, flotando en el calor asfixiante de la tarde, esperando que reanudara la marcha para seguirme. Cuando llegué a la parada del autobús vi a una mujer joven acompañada de una niña de unos seis años, seguramente su hija. Las dos tenían un enjambre de insectos a su lado, como si fuera su sombra. Observé la escena con detenimiento, pues podría sacar conclusiones beneficiosas para mí. Las sombras tenían la forma de sus dueños, si puedo expresarlo así, e imitaban sus movimientos. La madre le decía a su hija que se estuviera quieta, pero la niña no dejaba de moverse, ponía caras, levantaba los brazos, bailaba, todo para que su sombra la emulara, lo que le hacía gracia. No paraba de reír, mientras su madre le gritaba que parara. La mujer me miró con ojos resignados y me dijo:
—Esperemos que el autobús no tarde.
La madre se había separado de su hija unos metros. Se veía por su actitud que temía que los dos enjambres se fundieran en uno dando lugar a un conjunto mucho más amenazante. Esta observación me hizo permanecer alejado de ellas. El tiempo pasaba lentamente, pesado y turbio, como ralentizado por la presencia de aquellas sombras zumbantes y oscuras. La mujer y yo nos mirábamos preguntándonos con la mirada qué estaba ocurriendo. Si al principio pensábamos que la llegada del autobús supondría nuestra salvación, pues imaginábamos que saltábamos dentro dejando fuera nuestras sombras molestas, pronto se abrió paso la inquietante posibilidad de que fuera seguido por un enjambre formado por miles y miles de insectos, y que incluso el interior estuviera lleno de ellos. Así que pronto comenzamos a desear que no llegara nunca. Allí estábamos, pues, los tres, los dos adultos paralizados por el terror mientras la niña bailaba y cantaba. No cabía duda de que las tres sombras, diferentes en su forma y comportamiento, tenían algo en común: nos vigilaban y en cualquier momento podían abalanzarse sobre nosotros. La luz del sol se extinguía y el autobús no llegaba. Miramos el horizonte sangrante y vimos una nube  compuesta por millones de insectos escoltando al sol en su camino hacia el ocaso. Llegamos a la conclusión gratuita (es este punto los dos pensábamos lo mismo, mientras la niña nos ignoraba) de que cuando el sol se apagara desaparecerían los insectos. Pero no fue así. Nuestras sombras se hicieron simplemente más oscuras y silenciosas. El autobús no aparecía. De pronto, la mujer y la niña se alejaron de la parada. Yo las seguí con la mirada. Las sombras de insectos caminaban tras ellas, la misma estatura, el mismo volumen, la misma silueta. No me fue difícil adivinar lo que tenía detrás de mí. Decidí regresar a casa, aunque temía entrar en el ascensor junto a mi acompañante. En efecto, apenas cabíamos los dos, pues la sombra se expandió mientras se miraba en el espejo del ascensor de la misma manera que lo hacía yo. Movido por la costumbre me dirigí a la cocina para prepararme la cena. Pero había perdido el apetito. Los insectos, sin embargo, parecían hambrientos y temí que se lanzaran sobre mí y se me comieran. En aquellos momentos valoré mi soledad como algo positivo, pues no sé qué habría ocurrido si mis insectos se hubieran unido a los de otras personas. Entré en el dormitorio y me acosté. La figura que me acompañaba se echó a mi lado. Afortunadamente dormía en una enorme cama de matrimonio que había compartido con mi mujer antes de que me abandonara. Había sitio suficiente para los dos. Creí que no lograría pegar ojo con aquel zumbido a mi espalda. Pero poco a poco se fue disipando. Algunos moscardones fueron los últimos en callarse. Luego silencio total. Me costó conciliar el suelo a pesar de aquella quietud, pues temía que la sombra que dormía junto a mí me jugara una mala pasada. Nada ocurrió durante casi una hora y al final conseguí dormirme. Me he despertado un par de veces, ya que la sombra ha roncado levemente y yo tengo el sueño ligero.
Me he levantado de la cama con las primeras luces del día, muy despacio,  he salido del dormitorio de puntillas y he cerrado la puerta procurando no hacer ningún ruido. Lo he conseguido. La sombra ha seguido durmiendo como un bebé. Me he dirigido a mi despacho y me he puesto a escribir estas líneas. Para que, en el caso de que me ocurra algo, que es lo más probable, la policía sepa la causa de mi desgracia. Si he cerrado la puerta ha sido con el único propósito de que el ruido de las teclas de la máquina de escribir no despierte a los insectos, no para impedirles salir, pues pueden hacerlo por el hueco de debajo sin ningún problema. Una mosca se acaba de posar sobre mi mano. Y oigo el zumbido de más insectos que se acercan. Me temo que tienen hambre y pronto vendrán todos a por mí. He notado el mordisco de una avispa en la oreja. Duele. Creo que son mis últimos momentos. Espero que no se coman estos folios. El mundo tiene que saber lo que ocurre. Todos los días desaparece gente y la policía cree que son desapariciones voluntarias. No es cierto. Nadie quiere desaparecer. Son los insectos. Son nuestras sombras que nos persiguen hasta devorarnos. Y no dejan ningún rastro. Pienso en la mujer y su hija. ¿Qué hacíamos los tres esperando el autobús, a dónde íbamos? No puedo recordarlo. Los insectos se posan en mi cabeza, en mis hombros. Mi nariz es una berenjena hecha de insectos. ¡Cómo pesan! No quedarán ni mis huesos. También se comerán el papel. Un nuevo desaparecido. Veo a la madre de rostro severo y a la niña risueña. Nuestro autobús está llegando.

No hay comentarios:

Publicar un comentario